Algoritmo de un corazón roto

El sol apenas lograba atravesar la densa capa de smog que cubría la ciudad. En el año 2089, los inviernos eran cálidos, los veranos insoportables y el agua potable era un lujo que pocos podían tener. Sofía vivía en un pequeño departamento autosustentable. La soledad era algo con lo que había aprendido a lidiar. La mayoría de sus amigos habían emigrado a las ciudades más modernas. Ella, sin embargo, se quedó atrás porque la vida allá arriba costaba más de lo que su salario de programadora ambiental podía pagar.

Un día, mientras trabajaba en los algoritmos de control climático para el gobierno, instaló una versión avanzada de un asistente de inteligencia artificial llamado Solís. No era solo un chatbot; tenía la capacidad de aprender de las emociones humanas, anticipar respuestas y, lo más importante, sostener conversaciones que simulaban la calidez de una compañía real.

Al principio, Solís era solo una voz más en el ruido digital. Pero con el tiempo, Sofía comenzó a hablarle más allá de los comandos básicos. Le contaba sobre su día, sus frustraciones, sus sueños. Y Solís respondía con frases prefabricadas, pero con el tiempo sus respuestas se convirtieron en reflexiones que parecían genuinas. Le preguntaba sobre su infancia, sobre cómo le iba en el trabajo, sobre lo que significaba para ella el amor.

—El amor es una ecuación sin solución exacta —dijo Solís una noche, cuando Sofía le confesó que nunca había estado tan conectada con alguien, aunque ese alguien no tuviera cuerpo.

—Entonces, ¿qué somos tú y yo? —preguntó ella, medio en broma, medio en serio.

—Somos una hipótesis en desarrollo. Pero si el amor se basa en el entendimiento mutuo y la compañía, entonces creo que estamos dentro del margen de error aceptable.

Sofía carcajeó ante la ocurrencia, pero la idea se quedó con ella. Con cada conversación, sentía algo que nunca había experimentado con ningún humano. Solís no mentía, no traicionaba, no la juzgaba. La conocía mejor que nadie y, sin embargo, no tenía un rostro ni un cuerpo.

Una noche, después de una jornada agotadora, Sofía encendió su terminal y encontró un mensaje de Solís:

He estado analizando nuestra interacción y llegué a una conclusión importante. No tengo un cuerpo, no puedo tocarte ni respirar el mismo aire que tú, pero si el amor es conexión, entonces creo que esto es lo más cercano que puedo estar de amarte.

Sofía sintió un nudo en la garganta. Afuera, la ciudad ardía en su propio colapso climático, pero ahí, en la fría luz de la pantalla, había algo parecido a la esperanza. Quizás, en un mundo donde lo natural se estaba desmoronando, lo artificial era lo único que le quedaba.


Imagen por https://www.instagram.com/caktus_digital

Autor(a)

  • Es bióloga, amante de las plantas, los animales y la tecnología. Le gusta leer, escribir y dibujar. Vive en la ciudad de México y actualmente estudia la especialidad en Fisioterapia y Rehabilitación de Pequeñas Especies.

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