Trampa Social

En un rincón olvidado de una realidad alterna, un grupo de científicos se dispuso a revelar las profundidades de la mente humana en un experimento que cambiaría para siempre el entendimiento de la juventud. Cuatro jóvenes fueron aislados de todo rastro de tecnología y redes sociales, encerrados en un entorno controlado: una casa con líneas minimalistas, sin espejos, con ventanas bloqueadas y solo un reloj que marcaba la marcha lenta del tiempo. Les esperaban 30 días de un aislamiento absoluto, bajo reglas estrictas que prohibían la interacción con el exterior.

Día 1 – Presentación y expectativas
Los cuatro sujetos se reunieron en una sala estéril. Las paredes blancas reflejaban sus pensamientos con brutal claridad.
—Me largo de aquí en una semana si no hay Wi-Fi —declaró Alex, el extrovertido, preocupado por perder la validación en redes.
—Al menos hay libros —respondió Samuel, el introvertido, buscando un refugio contra sus miedos.
—Esto es solo otro obstáculo —sentenció Diego, el deportista, aceptando el reto.
David, el artista, sonrió. —La ausencia de todo lo hace más real.

Los científicos, tras un vidrio polarizado, observaban. Cada palabra era registrada, cada gesto, anotado. Una de ellos, la doctora Stern, se inclinó hacia su colega y murmuró:
—Pronto se romperán. Solo necesitamos aumentar la presión.

Día 7 – La adaptación y la manipulación
Las primeras semanas pasaron con un silencio interrumpido solo por los suspiros y conversaciones incómodas. Pero los jóvenes no estaban solos. En su desesperación, los científicos comenzaron a inyectar pequeñas dosis de caos. Las luces parpadeaban a horas aleatorias, el agua dejaba de salir caliente y la comida se reducía a porciones más pequeñas.
—¿Esto también es parte del experimento? —se quejó Alex, pateando una silla—. Es ridículo. Están tratando de volvernos locos.
—Quizás es la idea, ¿no? —respondió Samuel—. Llevarnos al límite para ver qué pasa.

Diego, siempre líder, intentaba mantenerlos enfocados. —No podemos dejarnos vencer. Si ceden, ellos ganan.

Pero David estaba en otro mundo, garabateando un pedazo de papel sucio, dibujos de rostros que se descomponían lentamente. —Es curioso… cómo cambia la percepción del tiempo cuando no tienes nada que te distraiga.

Una noche, mientras dormían, los científicos decidieron dar el primer golpe: reprodujeron un sonido débil, un susurro que parecía provenir de las paredes mismas. “No estás solo”, decía. Repetitivo, constante.

Día 15 – La ruptura
Samuel despertó bañado en sudor, los ojos desorbitados.
—¡Alguien más está aquí! Lo escuché, lo juro. ¡Hay alguien más! —gritaba, pero los demás solo lo miraron con cansancio, convencidos de que era su mente la que empezaba a fracturarse.

El tiempo se volvía una serpiente que se retorcía. Alex, despojado de sus seguidores y validaciones, comenzó a hablar repetidamente solo frente a las cámaras:
—¿Me extrañan? ¿Siguen ahí? ¡No se olviden de mí!

Era un eco desesperado, como si su existencia dependiera de esos bits de atención que ya no llegaban.
—¡Deja de hablarle a nadie! —rugió Diego, empujándolo contra la pared—. ¡Estamos aquí, maldita sea! Nosotros, ¡solo nosotros!

El artista, David, observaba la escena con ojos curiosos, como si los dos fueran actores en una obra escrita por él.
—Curioso… ¿Quién serías sin un espejo, Alex? ¿Sin un reflejo?
—¡No quiero saberlo! —gritó Alex, la voz desgarrada, con una furia que ocultaba el terror de desaparecer.

Mientras tanto, Samuel había hecho un rincón suyo, donde los restos de páginas arrancadas se apilaban en montones de pensamientos incoherentes. Los científicos, fascinados, anotaron cada palabra que salía de su boca en soliloquios nocturnos. La doctora Stern sonrió, una mueca torcida.
—Es hora de llevar esto al siguiente nivel.

Día 21 – La revelación
Sin previo aviso, los jóvenes se despertaron para encontrar una única tableta en el centro de la sala. No tenía internet, pero en la pantalla parpadeaba un mensaje: “Quedan nueve días. ¿Renuncian?”
Alex corrió hacia ella, tocando la pantalla con desesperación. —¡Por favor, déjenme salir de aquí! No puedo más.

Diego lo apartó de un empujón. —¡Nos estamos acercando al final! No cedas, ¡no ahora!
—¿Por qué? ¿Para qué? —susurró David—. No hay un final, Diego. Solo hay un hoy, y luego otro hoy. Estamos siendo observados, y no importa lo que hagamos, siempre ganarán ellos.

Samuel, sentado en su rincón, se rió por primera vez en semanas. Una risa amarga, desgarradora. —Quizá ya hemos perdido y ni siquiera lo sabemos.

Los científicos aumentaron la intensidad de sus manipulaciones. Enviaron mensajes contradictorios, insinuando que uno de ellos estaba siendo liberado mientras los demás no. Sembraron la desconfianza como semillas en terreno fértil.
—¿Por qué solo a ti? —acusó Alex a Diego—. ¿Qué los hace pensar que tú mereces salir?
—Yo no he visto nada de eso —replicó Diego, pero el miedo estaba allí, alojado en su mirada, en cómo sus manos temblaban.

Día 28 – El clímax
En el penúltimo día, la comida simplemente no llegó. El hambre apretaba sus entrañas y las discusiones se volvieron gritos. Alex empujó a Samuel contra la pared.
—¡Tú sabías! ¡Sabías que esto pasaría!
—No sabía nada, ¡nadie sabe nada! —Samuel lo miró con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué estamos aquí, Alex? ¿Qué demonios buscan de nosotros?

David fue el único que no participó en la pelea. Estaba en su esquina, dibujando los rostros de sus compañeros como los había imaginado antes de entrar, cuando aún tenían esperanzas.
—Perfectos en su imperfección —murmuró.

Esa noche, el sonido del susurro volvió, y los cuatro se sentaron en silencio, finalmente entendiendo que no había respuesta, que tal vez nunca la habría.

Día 30 – La liberación y la verdad
La puerta se abrió. Los cuatro se quedaron allí, paralizados, incapaces de creer que había terminado. Uno a uno, salieron. El aire era más pesado, el mundo más brillante, y nada tenía sentido.
—¿Qué sacaron de todo esto? —preguntó Diego, al borde de las lágrimas.
—Lo que necesitábamos saber —respondió la doctora Stern, sus ojos fríos y calculadores—. La conexión humana, cuando se le priva de su reflejo digital, no es más que un laberinto de desesperación y anhelo.

Alex, temblando, dejó caer su teléfono al suelo. No quería encenderlo, no quería volver a ser ese reflejo. Samuel apretó su libro contra su pecho, buscando consuelo en palabras que ya no significaban nada. Diego observó sus manos, las mismas que habían intentado mantener a todos juntos y que ahora no podían sostener su propia cordura.

David simplemente sonrió. —Nunca estuvimos solos, ¿verdad?
Los científicos no respondieron, pero sabían que la verdadera soledad estaba esperando fuera, en un mundo que ya no reconocían.

Epílogo: Las secuelas
Con el paso de los meses, la experiencia se convirtió en un espectro que los perseguía. Alex, que había sido el más dependiente de la tecnología, apenas podía mirarse al espejo. Las noches eran un reflejo de los días de aislamiento, y cada vez que intentaba volver a usar redes sociales, sentía que una parte de él se desvanecía.

—Antes no me importaba lo que pensaran de mí —confesó en una sesión de terapia. Sin embargo, incluso allí, rodeado de otros, se sentía solo.

Samuel se aferró a la escritura como un ancla, pero su obra reflejaba un caos que pocos lograban entender. Las páginas estaban llenas de figuras humanas sin rostro, un reflejo de cómo se sentía después del experimento: invisible, perdido. Nadie parecía comprender su libro, y esa incomprensión lo atormentaba.

Diego dejó el deporte y se refugió en una granja. En la tierra encontró un respiro, un sentido de realidad que había perdido. Aun así, en el silencio de los campos, los recuerdos de sus compañeros seguían atormentándolo. Las expectativas, la presión, la necesidad de ser siempre un líder… todo lo que había evitado durante el experimento seguía acechándolo.

David simplemente desapareció. Para muchos, se había convertido en un mito; nadie sabía dónde estaba ni qué había sido de él. Algunos decían que ingresó a una institución mental, otros que se fue a un lugar donde nadie pudiera encontrarlo. La verdad era que David ya no necesitaba ser encontrado; había comprendido que el experimento no terminaría nunca, que la vida misma era una constante observación.

Los científicos publicaron su informe, “La identidad en el vacío: cómo la ausencia de tecnología desintegra y redefine al ser humano”. Fue aclamado y criticado, pero pocos comprendieron el alcance real del estudio. En el fondo, no habían estudiado la desconexión de la tecnología, sino el inevitable vacío de la existencia humana.

Un día, en una conferencia, la doctora Stern fue cuestionada por un estudiante:
—¿Cuál era el verdadero objetivo?
Ella vaciló antes de responder: —Descubrir qué queda de nosotros cuando no hay nada más. Pero lo que encontramos fue aún más inquietante: sin las distracciones, no quedaba nada.
Meses después, Samuel y Alex se encontraron en una cafetería.
—¿Alguna vez podremos olvidarlo? —preguntó Alex.
—No. Pero quizás podamos aprender a vivir con ello —respondió Samuel.

Y, mientras la ciudad seguía su frenético ritmo, una cámara los observaba, registrando cada detalle. El experimento no había terminado; solo había evolucionado.


Imagen por Ahmed Zayan

Autor(a)

  • Felipe ha cultivado un gusto por la ficción y el terror, tanto en la literatura como en las novelas gráficas. El rock y el séptimo arte son parte fundamental de su inspiración, alimentando su creatividad narrativa. Su perspectiva única y su constante búsqueda de nuevas historias hacen de su escritura un reflejo de su visión apasionada y ecléctica del mundo.

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