Cascos verdes

Caminaban por senderos hechos por los ejidatarios para delimitar sus tierras. Esas mensuras se internaban en lo que quedaba de selva y corrían por varios kilómetros.  Habían dejado sus cuatrimotos para proceder a pie y no hacer ruido. El karst del suelo mordía ávido las suelas de goma de las botas. Era julio y desde hacía unos años, cada uno que pasaba rompía récord de olas de calor. Eran las siete de la mañana y la atmósfera ya era sofocante con la humedad que exudaba de cada poro, de cada planta, ahogándolos en un denso sauna. Era una seca fuerte que vendría seguida probablemente de unas lluvias torrenciales tremendas. Extremos climáticos, por eso estaban ahí. Su misión era asegurarse de que las medidas ambientales se ejecutaran al pie de la letra. Era un argumento inescapable para aquellos que no lograban entender el bien común.  

Avanzaban en fila india, armas dispuestas. Se aproximaban al punto de tala que el algoritmo había detectado unas horas antes. Sus GPS los guiaban con una precisión de un metro. Aunque había hojarasca en el suelo, había suficiente roca como para que sus pisadas fueran apenas un susurro. Había viento y eso les ayudaba, ya que el rumor del dosel amortiguaba sus sonidos. Eran como animales que usaban esas mensuras para moverse cómodamente por aquellos parajes. Sus trajes camuflados los convertían en siluetas a penas distinguibles entre los claroscuros de la selva.

Se escucharon los sonidos de las motosierras, de las hachas. Los talamontes se habían vuelto elusivos, precavidos. Muchos arrestos los habían llevado a ser más furtivos. Ahora no contaban con la protección de las autoridades corruptas y grupos del crimen organizado, antes eran los depredadores. En esta nueva época ellos eran las presas.

La Fuerza Ambiental había sido creada por las Naciones Unidas después del fracaso de los objetivos de 2030, y las tendencias que apuntaban a que se requerirían otros cien años antes de alcanzarlos. La crisis climática era ya insostenible en muchos sitios, al menos económicamente muchos de los sitios turísticos y productivos habían colapsado. Hubo periodos de hambruna causados por las sequías en zonas agrícolas en todo el mundo. Las guerras civiles por agua habían dejado territorios ingobernables. Catástrofes cada vez más recurrentes entre huracanes, inundaciones, deslaves, sequías y otros habían cobrado millones de vidas. Había que hacer algo. Ese algo fue la Fuerza Ambiental, o Cascos Verdes, en alusión a los ya existentes Azules de la ONU. Una fuerza de élite global con un solo propósito, resguardar lo que quedaba de naturaleza, y hacer que se cumpliera la normativa ambiental de manera prioritaria e ineludible.

Se habían reclutado de todos los rincones, muchos de ellos indígenas, la mayoría locales a su sitio de acción. Habían sido capacitados y entrenados por los mejores, representantes de todas las fuerzas de seguridad globales. Ya no podía confiarse la justicia ambiental a agencias locales, ni siquiera nacionales, habían tenido su oportunidad y habían fallado en su papel, como los índices en sus curvas sentenciaban. Además del brazo ejecutivo de los Cascos Verdes, se encontraban respaldados por un cuerpo administrativo transdisciplinario también, la creme de la creme, con los mejores abogados ambientales, asesores de todas las disciplinas relacionadas con impacto ambiental y biodiversidad. Todos ayudados por lo mejor de la inteligencia artificial entrenada en el tema y vinculada a sistemas de información geográfica y monitoreo ambiental en tiempo real, alimentada por la red de satélites internacional. G. A. I. A. (Gestor de Acciones por Inteligencia Artificial), que analizaba y daba ordenes a nivel global, nacional y regional. Esta era el cerebro detrás de la Fuerza Ambiental.

El día de hoy había tocado a esta pequeña tropa de cinco en las profundidades del Gran Calakmul, el macizo más grande de selva maya. El día de hoy iban por unos talamontes. En los límites de Guatemala y México, esta gente aprovechaba para cortar maderas preciosas clandestinamente. Años de logística y trabajo por parte de grupos ambientales y autoridades de las distintas reservas ahora daban información vital al grupo que llevó a la desarticulación de una red criminal internacional. Pero le gente era necia, siempre gustaba del dinero fácil, aunque éste cada vez era más complicado. No entendían. Y por eso hoy iban a pagar. Esta gente no lo hacía por necesidad, lo hacía por egoísmo, y poco les importaba el estado del mundo y el futuro de las generaciones entrantes. Sólo pensaban en enriquecerse, pero ahora les costaría caro, ahora sabrían que no existe tal cosa como dinero fácil. Era la zona de amortiguamiento del área natural protegida y la legislación internacional era clara, la necesidad imperiosa.

La Fuerza Ambiental contaba con la disposición de imágenes de satélites de alta resolución a inteligencias artificiales que detectaban en un metro cuadrado una serie de índices que podían permitirles saber donde se cortaba un árbol, se encendía una fogata, se tiraba basura y otras cosas. Esa información se transmitía en tiempo real a los operativos dispersos en todo el mundo. Eran un organismo autónomo con una autoridad internacional. Ese cambio en voluntad política y política pública había regresado a los indicadores a un sitio sin precedentes, y se tenía confianza de que, de seguir así, se revertiría la crisis climática en cuestión de un par de décadas. Por supuesto, una serie de tecnologías verdes y otros cambios reflejos ayudaban, pero la Fuerza Ambiental era ahora la encargada de velar por ello.

El sonido de las motosierras era cada vez más claro. El GPS indicaba sólo unos cien metros. El que lidereaba la fila hizo la señal de alto y todos se encuclillaron vigilantes. Todos los flancos cubiertos. Se dieron las últimas instrucciones con señas. Se lanzó el dron silencioso, un pequeño dispositivo que no zumbaba más que un abejorro. El pequeño dispositivo se elevó por sobre el dosel y se dirigió de manera automática al punto seleccionado. Ahí confirmaría la presencia de los talamontes, su número, ubicación para transmitirlo a los Hubs del visor de cada soldado.

Una vez terminada la gesticulación empezaron el avance. Llegaron a la orilla del claro y se dividieron en tres, dos parejas para cada lado, uno al centro. Se movían con la experiencia que dan años de andar en el monte, varios habían sido cazadores furtivos, ahora, al servicio de la conservación, se habían capacitado como operativos militares. Una vez en posición, el capitán salió por la mensura hacia el claro, arma en alto, apuntando al primer individuo.

¡Fuerza Ambiental! ¡Arriba las manos! ¡Donde pueda verlas! ¡Al suelo! ¡Al suelo! Con grandes gritos y violentos gestos se mostró el primer operativo.  Uno de los talamontes quiso alcanzar un cuerno de chivo que tenía recargado junto a un tocón. No lo alcanzó. Los tiros silenciados de otro de los compañeros lo alcanzaron de lleno en el pecho, haciendo que se desplomara en el acto. Ya tenían ubicada el arma desde antes de entrar.  A pesar de todo, esperaban un poco más de juicio por parte de los perpetradores.

El cerco se cerró con los compañeros entrando, rodeando al grupo. Todo esto se desenvolvía bajo la atenta mirada del dron que grababa todo y transmitía al comando en tiempo real. La acción duró poco, y en breves instantes seis perpetradores estaban esposados en el suelo con uno más en una bolsa negra. Nunca era agradable, pero la urgencia mundial y la incompetencia de las autoridades nacionales lo hacían necesario.

Leyeron todos los documentos legales a los detenidos. Se procedió a tomarles registro con sus correspondientes huellas dactilares, registro de iris y muestra de tejido para ADN.  Gracias a los avances de la tecnología esto era tomado in situ con una rapidez asombrosa. A cada uno se le implantó su microtag subdérmico para seguimiento. Removerlo estaba seriamente penado y en éste se podían leer los cargos para que, en caso de reincidencia, se actuara acorde.

La verdadera tragedia no era el occiso, sino el gran hueco generado por la pérdida de un centenario árbol de caoba de un D.A.P. de dos metros. Descuartizado sobre un lecho de aserrín como si la misma madera hubiera sangrado manchando el lugar donde cayera el gigante. El carbono que capturaba, el oxígeno que producía como otros servicios ecosistémicos se consideraba más valioso que aquella vida humana de alguien que se negaba a cuidar su mundo.

 La madera sería triturada para evitar su uso y reincorporada al sitio por parte de otro equipo, se reforestaría el claro para ayudar a una pronta restauración con especies nativas de bosque maduro mejoradas genéticamente para tener mayor tolerancia al sol y sequía, y poder regenerar el hueco de manera rápida. Serían plantados con microesferas de gel para retener agua. Estas selvas difícilmente lo necesitaban, ya que estaban acostumbradas a los huracanes y su regeneración era impresionante. Aún así, había protocolos que seguir y las duras secas muchas veces eran mortales, no solamente a las plántulas. 

Aquí se había detenido la tala ilegal un día más. El comando regresaría para acabar de procesar a los detenidos con las autoridades locales. Luego a atender otras infracciones en orden de prioridad a como lo dictaba G. A. I. A al nodo Regional Caribe.

La tropa descansaría tranquila, sabiendo que trabajaban para un bien común. En nombre de todos aquellos profesionales y activistas que dedicaron por generaciones sus vidas a mejorar este mundo y dieron su vida por ello. Para otorgarles a sus hijos, nietos y generaciones venideras la oportunidad de un mundo mejor. De una mejor calidad de vida. En este nuevo mundo respetuoso del medio ambiente. Aún no era tarde, pero ellos sabían había que hacerlo con mano dura. La prioridad económica ya no era lo primordial, aquella época destructivista era cosa del pasado, o ellos se asegurarían de que así fuera.


 

Imágenes por Caktus Digital

Autor(a)

  • Doctor y maestro en ciencias por el INECOL, Biólogo por la UV. Experto en Ecología Vial, miembro del LACTWG de la UICN. Actualmente es técnico en USPAE en INECOL. Su carrera la ha dedicado principalmente para realizar estudios relativos a Impacto Ambiental y Monitoreos Biológicos. Amante de la naturaleza, la ciencia ficción y la fantasía, cree que la escritura es un medio poderoso para transmitir ideas y cambiar actitudes. Esposo y padre, quiere desde su trinchera dejar un mundo mejor.

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