Capitalismo y recursos naturales en América Latina

No importa si es plata, caña de azúcar, tabaco o cualquier otro insumo. Para conocer el desarrollo capitalista en América Latina hay que observar ciertos paralelismos relacionados tanto con la explotación de materias primas, como con el empleo de mano de obra, de la misma manera en que se puede advertir la similitud en el uso de medios de transporte para aumentar los rendimientos basados en el comercio de tales recursos.

En la región latinoamericana, grandes extensiones de tierra fértil han sido sacrificadas durante siglos a favor de la especulación capitalista. Durante la época colonial, la Nueva España y la región del Potosí en la actual Bolivia, se convirtieron en abundantes fuentes de plata que terminó despilfarrada por la aristocracia española y acumulada hábilmente por los acreedores europeos: los banqueros Függer, y los prestamistas Weltser, Schetz y Grimaldi. Otra parte de esa riqueza fue aprovechada por grandes terratenientes, dueños de minas y mercaderes quienes, además, se beneficiaban de la explotación de la mano de obra indígena y negra, tal como lo hacían los dueños de las plantaciones de caña de azúcar en Brasil, en las costas del Caribe y de Veracruz. A este cultivo siguieron las explotaciones de cacao y algodón, y para el siglo XIX se añadieron el caucho, henequén, café y cultivo de banano, todos ellos organizados bajo ese mismo sistema abusivo. Como sabemos, el trabajo en los grandes latifundios consistía en una sobreexplotación de la mano de obra que fomentó la ya visible inequidad social expresada en una desmesurada acumulación de enormes fortunas frente a las miserables condiciones en las que vivía la mayoría de la población originaria y afrodescendiente a lo largo del continente.

No es posible imaginar que el comercio de tales materias primas produjeran tan enormes ganancias sin la construcción de lo que en su momento fue el transporte más moderno del siglo XIX: el ferrocarril. A diferencia del traslado en carretas o a lomo de mula —los anteriores medios para la movilización de mercancías—, este transporte permitió un acarreo más eficiente, con volúmenes muy superiores y menores riesgos por pérdidas. Los primeros inversionistas interesados en desarrollar este novedoso transporte en América Latina provenían de Inglaterra y contaron con grandes beneficios otorgados por el poder estatal, que se tradujeron en leyes preferenciales, exención de impuestos, concesiones por largos periodos de tiempo, etc. Es así como los ferrocarriles latinoamericanos aceleraron esta nueva manifestación del capitalismo en la región “bajo condiciones de dependencia y de relaciones desiguales y desfavorables”. Para las élites liberales del siglo XIX, el nuevo medio de transporte tuvo una doble utilidad, además de movilizar más ágilmente la mercancía con el propósito de mejorar las ganancias, se convirtió también en la posibilidad de aproximar el “progreso” y la “civilización” hasta las comunidades más alejadas. Al menos ése era su principal discurso.

Fue en Cuba, una de las últimas posesiones españolas en Latinoamérica, donde se inauguró la primera línea férrea en 1837. La vía fue creada para el traslado de caña de azúcar, cultivo sumamente rentable, pero con serias dificultades para su movilización en época de lluvias. Con el desarrollo del ferrocarril cubano, la caña pudo moverse con mayor facilidad desde la región productora hasta el trapiche y de ahí al puerto de embarque.

En la mayoría de los casos, a lo largo de todo el continente, desde Canadá hasta Chile, se utilizó mano de obra asiática importada para la construcción de líneas férreas, asignándoles los trabajos más peligrosos a cambio de salarios miserables; por ejemplo, para el manejo de nitroglicerina utilizada en la fragmentación de las duras rocas que se atravesaban en la ruta. Esclavos negros, indígenas, presidiarios y soldados también fueron movilizados para tales proyectos, aunque en el caso de Cuba, gran parte de los trabajadores involucrados en la construcción del ferrocarril fueron habitantes de las Islas Canarias e irlandeses, muchos de los cuales sufrieron por las condiciones climáticas y sanitarias del Caribe tropical.

La importancia de las líneas férreas para el sistema capitalista se puede ejemplificar por el auge que tuvo la United Fruit Company en los países bananeros, como se le conoce despectivamente a la región de Centroamérica. El éxito de esa empresa, desde los primeros años del siglo XX, estuvo estrechamente vinculado con el transporte del banano por ferrocarril a través del territorio centroamericano y posteriormente comercializado en Estados Unidos, donde se fomentó el consumo de ese producto difundiendo exageradamente sus propiedades.

Entre 1860 y 1870, el descubrimiento del petróleo, salitre, cobre y guano en el centro y sur del continente constituyó una nueva etapa de lo que Eduardo Galeano llama la “maldición de las materias primas” promovida tradicionalmente por la ambición de las potencias coloniales y, en tiempos recientes, el de las multinacionales.

En la actualidad, la explotación de materias primas en Latinoamérica continúa, aunque los insumos que buscan los grandes inversionistas son distintos de los siglos anteriores. Por ejemplo, en los primeros años del nuevo siglo la demanda china de materias primas y productos agrícolas fue aprovechada por la marea rosa, es decir, los gobiernos progresistas de naciones sudamericanas como Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay y Bolivia. En el caso de Brasil se presentó un notable crecimiento económico, en parte, gracias al aumento de exportaciones de soja, carne y pollo y, junto con Venezuela, se convirtieron en principales naciones extractoras de niobio y coltán, componentes imprescindibles de teléfonos celulares, televisores y aparatos de la industria aeroespacial, entre otros. Por su parte, en Bolivia, el litio apareció como nuevo producto de exportación, un material empleado principalmente en las baterías de celulares, carros eléctricos y dispositivos recargables.

El consumo excesivo de tales tecnologías a nivel mundial ha fomentado una enorme demanda de las materias primas utilizadas en su fabricación y debido a ello ha crecido exponencialmente la extracción de minerales en un modelo económico conocido como extractivismo, caracterizado por explotar los recursos naturales de un lugar hasta agotarlos, además de desarrollar una “dinámica depredadora y devastadora, no solo del mineral o hidrocarburo que extrae y agota, sino también del agua para uso humano y agrícola de los ecosistemas y las comunidades cercanas.”


*Imagen: Cerro de Potosi por James Lasser – 1616

Autor(a)

  • Licenciada en Historia y Maestra en Estudios Latinoamericanos (ambos grados por la UNAM). Profesora de asignatura a nivel bachillerato en el Colegio de Ciencias y Humanidades (UNAM) en las asignaturas de Historia Universal, Historia de México y Teoría de la Historia. Participante del proyecto de apoyo a la docencia 2022-2023 con la investigación "Formación ciudadana y cuidado del medio ambiente: una propuesta multidisciplinaria y transversal para el Colegio de Ciencias y Humanidades".

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One thought on “Capitalismo y recursos naturales en América Latina

  1. En México desde Salinas hasta Calderón la ley minera consistió en regalar derechos de explotación y “exploración” a mineras extranjeras. Recién el gobierno empieza a discutirles la contaminación y saqueo del agua. También se asocian con el crimen organizado para eliminar activistas. La voracidad tecnológica demanda plata para sus productos de obsolescencia planificada.

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